Recientemente, en un cursillo de pintura de cuatro jornadas que impartía en la Asociación de Mayores Acuarelistas de Fuencarral, les pedía a los compañeros que asistían que eligieran un modelo que les gustara, y que fueran capaces de decir por qué les gustaba.
Yo quería participar también y elegí un modelo con el que pinté este cuadro. ¿Por qué me gustaba a mí?, pues porque cuando alguien me preguntaba y ahora qué pinto solía responder: todo menos Venecia; y una foto, durante la última Biennale, me hizo caer. Me gustaba que aún siendo inevitablemente típica tenía algo distinto a las demás imágenes típicas y tópicas de Venecia que tanto nos han bombardeado la retina en carteles, anuncios de viajes, postales e innumerables cuadros de aficionados y profesionales. Era como si en lugar de estar en Venecia de turista pudiera soñar con estar con unos amigos en ese restaurante comentando lo más interesante de la jornada en Il Giardini. Y era una oportunidad para hacer algo que siempre había dicho que nunca iba a hacer, que siempre está bien.
A lo que vamos, no lo acabé a tiempo de comentarlo en el cursillo. Como me pasa prácticamente siempre. Recuerdo cómo sufría en los concursos de pintura rápida. Y eso me hizo pensar en el misterio de la rapidez, y eso es lo que he aprendido con este cuadro y gracias a ese cursillo en el que daba las gracias a los participantes, no cómo fórmula sino porque de verdad, una vez más, yo aprendía más que los alumnos.
Es verdad que la acuarela se beneficia especialmente de la soltura en la ejecución. Es lo que admiramos en los maestros y lo que notamos que me falta a mí. Pero digámoslo lo primero: Los maestros no lo hacen bien porque lo hagan rápido, lo hacen rápido porque lo hacen bien.
Es un error querer hacerlo rápido como objetivo. El objetivo es hacer el cuadro que queremos hacer. La rapidez viene con la práctica, pero nada nos debe apartar de crear la imagen que queremos crear, aunque el resultado no sea la imagen que queríamos crear precisamente porque le falta la soltura que tanto anhelamos. Cuando vemos a un artesano hacer una cartera de cuero, un cuenco de barro o un cesto de pita nos admira su destreza, pero si nos pusiéramos a hacerlo nosotros lo que querríamos es hacer una cartera de cuero, un cuenco de barro o un cesto de pita que estuviera tan bien hecho como los que hace el artesano, sin importarnos cuánto hemos tardado.
Si en nuestras acuarelas se nota que falta soltura, es muy sencillo: es porque no la tenemos... todavía.