martes, 20 de marzo de 2012

6 - Ver

Uno de los mejores descubrimientos a los que te lleva el interés por pintar es que pronto te ves mirando al mundo de otra manera. ¿Es ese árbol más ancho que alto? ¿De qué color es el asfalto? ¿Cómo dibujaría el zapato de la chica sentada enfrente en el metro visto desde aquí? Y también ¿sería ese color amarillo de cadmio con azul cerúleo y un toque de violeta de quinacridona? Y por supuesto ¿sería esto un buen motivo para un cuadro? Ya no se puede dejar de ver el mundo de esa manera.

Lo más importante de esa forma de mirar es que para pintar bien necesitamos pintar lo que vemos, no lo que sabemos (lo que creemos ver), ni lo que queremos ver.

Ya hemos visto algunos ejemplos de lo difícil que puede ser ver con objetividad, pero tenemos que esforzarnos en no pintar o dibujar más que eso, lo que observamos.

Muchas veces lo que sabemos, o lo que queremos ver, nos hace ver las cosas diferentes de lo que son. El ejemplo más típico es la posición de los ojos en relación a la altura total de la cabeza vista de frente, sin inclinación adelante o atrás que variaría esa posición relativa. Para nosotros las facciones del rostro humano son tan importantes que, casi invariablemente, los principiantes situamos los ojos bastante más arriba de la mitad de la cabeza, que es donde deben estar. Incluso cuando nos lo dicen o lo leemos tenemos dificultad en creer que los ojos están en la mitad de la distancia entre la parte superior del cráneo y la inferior del mentón. Hay otras muchas ocasiones en las que lo que sabemos interfiere con nuestra capacidad de observar la realidad, tanto al dibujar como al encontrar el color adecuado. A menudo el conocer el color local de un objeto nos impide ver cómo el color de la luz directa y reflejada modifica ese color y por lo tanto, el color que debemos pintar.




En esta obra de juventud cometí ese error tan común de dedicar demasiado espacio a las facciones. Afortunadamente, por la misma razón que nos induce a darles esa importancia excesiva, a la mayoría de la gente la imagen les parece correcta.


No sólo yo, Van Gogh también cometía ese error.



Pero en este punto me gustaría destacar otro aspecto de nuestra capacidad de observación que para mí es el fundamental aquí. No confundir la visión del artista con el conformismo.

Es verdad que el pintor, el aspirante a artista, puede y debe cambiar casi siempre lo que ve para poder transmitir lo que quiere (más sobre esto en el punto 9). Pero esa facultad de cambiar las cosas, que es lo que la cámara fotográfica no hace, no debe llevarnos a aceptar cosas que sabemos que están mal. Es más, que sabemos que no nos gustan. Es absurdo esperar que al final nos guste, o guste a otros, el cuadro que estamos pintando si vamos dejando pasar una tras otra cosas que no nos satisfacen con la excusa de que “es como nosotros lo vemos”, o por simple comodidad.

Quiero poner un único ejemplo para ver si soy capaz de explicarme, que no estoy seguro porque a veces yo no me entiendo muy bien. Y porque he dicho que basta una única habilidad en cada uno de los puntos y este no es una excepción.

El verde que los principiantes ponen en los paisajes prácticamente siempre está mal. Pero lo interesante es que el aprendiz de pintor ve que el verde que acaba de pintar es diferente del verde del modelo. La cuestión entonces es por qué continua pintando sin corregir eso que sabe que al final no le va a satisfacer. Esto es lo esencial. Si ves que una mezcla no es correcta, que un trazo no es correcto, que la posición de un elemento no está bien, sigue mejorando la mezcla, cambia el trazo o elimina el elemento mal colocado y vuelve a pintarlo. Esto es fácil con técnicas como el óleo y casi imposible con la acuarela, pero incluso en ese caso debes aprovechar ese error para aprender a corregirlo. De todas formas si no sirve para eso ese cuadro no servirá para ninguna otra cosa.

Creo que no es necesario poner una imagen de alguno de mis muchos cuadros malos y mucho menos de un cuadro malo de otros. Estoy seguro de que todos sabemos de qué hablo. Y no tenemos que despreciar nuestros intentos honestos. Sólo no fingir que no vemos lo que sí que vemos.

Hay muchas razones por las que no podemos pintar todo lo bien que nos gustaría y muchas excusas válidas para nuestros fallos de aprendices, por lo que no tenemos que desanimarnos, pero hay algo para lo que no hay excusa posible: en cada momento de su evolución, si a alguien le gusta de verdad pintar, debe pintar lo mejor que sabe en ese momento.



Siguiente lección: Técnicas

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