viernes, 17 de agosto de 2012

La canción de la dilación

Si eres como yo, cuando por fin has conseguido sacar el tiempo necesario para ponerte a pintar, aún tienes que vencer una última distracción, una música diferente que como canto de sirenas hará lo imposible por alejar tu rumbo del caballete. Puede que te acuerdes de hacer una llamada que tendrías que haber hecho hace una semana, pero que también podría esperar otras tres semanas, que de pronto tengas que ojear una revista, o que te parezca que es el momento de ordenar los tubos de pintura, o de buscar ese correo, o esa foto que en realidad no necesitas ahora, o tratar de recuperar un pincel que no limpiaste a tiempo y ya no tiene remedio, o, simplemente, como sabes que es bueno que observes bien tus propios cuadros, mires hasta que sin darte cuenta el tiempo que tenías se ha pasado, y puede que te sientas aliviado porque ya no merece la pena que empieces. Es la eterna canción de la dilación.

Creo poder decir que me gusta pintar. Sin embargo, cada día tengo que oír esa canción y dudar de si de verdad me gusta hacer algo que parece que trato de evitar, haciendo cualquier cosa menos coger un pincel y ponerme a pintar.

Parece que no tiene remedio. Al menos para mí. Si tampoco lo tiene para ti, es bueno que al menos sepamos reconocer esa canción por lo que es. Es la mejor forma de atarse al mango del pincel como Ulises al mástil y de esa forma ser más productivos. ¡Empieza! no sirve. Si el problema es que no empiezas, la solución no puede ser la propia definición del problema. Y ni se te ocurra recurrir a esos ejercicios que se supone que “despiertan” tu creatividad. Puede que un determinado rito oriental sea muy bueno para algo que yo desconozco, pero cuando se trata de terminar un cuadro puedo garantizarte que al final a tu cuadro le faltará tanto para terminarse como al principio. Para mí no es otra cosa que una versión más de la canción de la dilación.

Pero cuando reconocemos esa música ya no nos crea tensiones y podemos saber cuáles son las cosas que la hacen sonar con más insistencia. Para mí, las más importantes son:

 
Falta de sitio

Nada dificulta más el comenzar la tarea que tener que desplegar todos los artilugios cada vez que queremos dar un toque a nuestro cuadro en proceso de elaboración. Y sobre todo pensar en recogerlos después. En ocasiones preparar todos lo materiales puede ser una acción más de dilación, aunque no de las peores siempre que no la sigan muchas otras una vez que tenemos todo dispuesto. A lo de recoger después es más difícil encontrarle alguna ventaja.

Si pintar es una forma de expresión importante para ti, dale la importancia que tiene y dedícale un sitio permanente, por pequeño que sea. Pintar es una actividad bastante diferente de las demás que hacemos normalmente. Parece que esa sea la explicación de por qué nos cuesta tanto pasar al estado mental necesario para empezar. Si tenemos un rincón donde, por el simple hecho de estar allí, nos sentimos más cerca de ese estado, estaremos también más cerca de manchar un pincel con pintura y manchar el lienzo con el pincel.

Miedo a hacerlo mal

A “estropearlo”. Sobre todo en acuarela. Aunque el miedo a estropearlo tiene algo de positivo, porque implica que de alguna forma estamos satisfechos con la marcha del cuadro, tiene mucho más de negativo ya que puede llegar a paralizarnos por completo, y que ese cuadro que “va bien“, nunca se acabe.

Hay que aprender a “amar el proceso”. De esa manera, cuando el hecho de pintar es más importante que el resultado final, nos atreveremos con mucha más facilidad a seguir, porque de eso se trata. Cuando éramos niños lo que nos gustaba de pintar era que llenábamos el tiempo, que íbamos a pasar un buen rato distraídos, jugando. Si además nos gustaba lo que habíamos pintado, tanto mejor. Pero cuando llegaba la hora de cenar lo verdaderamente importante era eso, que había llegado, que habíamos pasado la tarde, que habíamos llenado el tiempo y lo habíamos pasado bien. Recuperar esa importancia del proceso frente al resultado es mucho más importante de lo que suele reconocerse por la espontaneidad, por la soltura que se supone que tienen los niños al pintar. Al menos por lo que yo recuerdo, esa espontaneidad no existe. Lo que yo recuerdo es una concentración intensa mientras trataba de dibujar lo que quería dibujar de la mejor forma que sabía en ese momento. Y creo que era lo mismo para otros niños junto a los que alguna vez dibujé.

La importancia real del proceso no es, de ninguna manera, esa pretendida facilidad de ejecución, de soltura. Lo que hace al proceso tan importante es que lo que de verdad atrae a quien contempla un cuadro es la profundidad, la intensidad de la atención del pintor mientras lo pintaba.

Conviene comentar aquí que en ocasiones el miedo a estropear el cuadro puede venir de que el cuadro está de verdad acabado, que no necesita nada más, que toques adicionales resultarían artificiales, sin aportar nada útil a lo que ya hay. En esos casos saber terminar es una virtud.

También ayuda el tener varias opciones. Si trabajas en varios cuadros, es difícil que te sientas bloqueado con todos. Y a menudo la solución de un problema en uno te anima a acometer lo que no te atrevías a hacer con el otro.

Tarea demasiado larga o no definida

Muchas veces lo que ocurre es lo que expresa tan bien la frase tan popular: ¡No sé por dónde empezar! Siempre es por una de esas dos razones, o la tarea que nos hemos propuesto es demasiado larga o en realidad no sabemos en qué consiste concretamente.
Algunas personas se quejan de que no saben qué pintar, a otras, aunque lo sepan, les causa ansiedad enfrentarse al lienzo en blanco. En mi caso tengo que decir que, por suerte, eso no es un problema, sin embargo siempre me encuentro con esos escollos una vez que el cuadro ha llegado a cierto estado de elaboración. Me cuesta más terminar un cuadro que empezarlo.

En un momento más o menos avanzado de la ejecución, tal vez aprovechando una de esas largas sesiones de contemplación en que se ha manifestado la canción de la dilación del día, elaboro una lista de cosas que le faltan al cuadro que estoy mirando. Son cosas concretas. Como ejemplo esta es la lista de un cuadro que tengo ahora entre manos:

Alinear un poco las vigas
Mástiles más oscuros
Banderas
Más luces y sombras en las nubes
Tejado 2ª planta
Farola
Tenderete tienda
Puerta chaflán
Rueda de la caravana
Coche plateado
Barandillas
Naranja en la casa encima del tenderete
Antena
Toques finales

De esa forma, cada vez, puedo abordar una tarea concreta, definida y no demasiado larga.

En cuanto a saber qué pintar, ayuda mucho trabajar en “series”. Además, llegado el momento de exponer, el poder mostrar las obras en unas pocas series da coherencia a la muestra. Puede ser cualquier cosa que te interese: pueblos de León, calas de Ibiza, fiestas de Andalucía, desnudos de colores, bodegones de la huerta murciana, colores que “suenan” a canciones de Manfred Mann… lo que sea. Seguramente la tarea de recopilar apuntes, bocetos, fotos, notas, irá más deprisa que la de pintar los cuadros, y cuando llegue el momento de empezar uno nuevo el único problema que tendrás es el de tener que elegir.

Por lo que respecta a la tensión frente al lienzo en blanco, no puedo decir nada. No tengo esa experiencia. Me encantaría leer cualquier comentario de quien sí sepa explicarlo.

“Manchar” para poco rato

A veces hay una duda legítima. Es verdad que hay que limpiar la paleta y los pinceles, al menos medianamente, después de cada sesión. Y hay que usar pintura que tal vez se seque antes de que podamos continuar. ¿Merece la pena? Bueno, si ocurre antes de que decidas ponerte a pintar, la respuesta podría ser no. Pero estamos hablando de que ya estás delante del caballete dispuesto a pasar ese poco rato que tienes pintando tu cuadro, entonces la respuesta es que sí, merece la pena, y que, además, más que otras veces, más vale que empieces pronto. Tienes poco tiempo.

También aquí puede ayudar mucho la lista que he comentado. Seguro que alguna de las tareas es lo suficientemente corta. Y la satisfacción de poder tachar una puede ser todo lo que necesitas para ponerte en marcha.

Ganas de estar haciendo otra cosa

Tal vez sea eso lo que tienes que hacer. En este caso todo depende de cuáles sean tus objetivos. Es diferente que seas un pintor profesional, y en ese caso yo no me considero capaz de enseñarte nada, o seas un aprendiz como yo y entonces tengas que tener en cuenta tus aspiraciones. Si sólo pintas para divertirte y prefieres hacer otra cosa, es mejor que la hagas y pintes sólo cuando de verdad puedas hacerlo con la intensidad necesaria.

Supongo que si pintar es tu trabajo habrá muchos días que te apetezca hacer cualquier otra cosa. Pasa en todos los trabajos, aunque te gusten. Me imagino que se tratará de encontrar el equilibrio entre poder pintar con la profundidad que se requiere y la disciplina que siempre es necesaria para lograr cualquier cosa que merezca la pena.

Creo que esa disciplina es necesaria aunque tus ingresos no dependan de que tengas listos todos los cuadros que te has comprometido con tu galerista a tener para el mes que viene. Tenemos la ventaja de no tener esa presión. Podemos aprovecharla para pintar al ritmo que nos permita hacerlo lo mejor que sepamos, pero sería un error no tener la disciplina de pintar de forma consistente, continuada, sólida. Al ritmo que queramos, excepto al de la canción de la dilación.

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