Pocas veces salgo de una exposición tan enriquecido como esta mañana en el Reina Sofía, con la exposición de Soledad Sevilla, como para moverme a escribir una reseña, yo que no soy crítico de arte, sino un simple admirador. Creo que la última fue la de Alex Katz en el Thyssen, pero ¡¿qué iba yo a escribir de Alex Katz?!
Un único concepto exprimido hasta la perfección, con un gusto sublime y una ejecución exquisita. Ya me había sorprendido en alguna que otra edición de ARCO, pero una muestra extensa, como la que presenta el Reina Sofía, me ha sumergido en un mundo único, personal, sólido, como sólo los grandes artistas saben crear, como también recuerdo la de Alex Katz, que me hace sentir orgulloso de ser un ser humano.
En un momento en que las imágenes generadas por las máquinas se afanan en pasar a las primeras filas, es curioso ver como, desde los trabajos iniciales con imágenes de ordenador, con seguridad en la raíz del estilo personal de Soledad Sevilla, hasta los experimentos actuales, ella crea una obra relevante enormemente alejada, todavía, de lo que cualquier programa de construcción gráfica es capaz de generar hoy.
No pasar por alto la instalación específica de la entrada a la exposición, donde la sombra vertical da al sutil telón de hilos de algodón una presencia tan real como la profundidad que las tramas de color dan a sus cuadros.
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