blog.antoniogarcia.art: Este blog nació para compartir con mis amigos y compañeros de afición lo que mis peleas de aprendiz de pintor me van enseñando. Críticas y comentarios son bienvenidos.
viernes, 27 de abril de 2012
Comprobación de imágenes
Las imágenes que he utilizado para ilustrar la dificultad de observación son relativamente conocidas. No obstante, a algunos les puede resultar útil comprobar que los colores que en esas imágenes decimos que son iguales, son iguales. En las imágenes animadas que siguen he dejado únicamente las zonas a comparar, sin los demás colores que las rodean.
lunes, 2 de abril de 2012
Resumen
Y no tengo nada más que decir. (Por ahora.)
Hemos visto:
1 - Valorar la inclinación de una línea
2 - Dibujar las zonas de luz y sombra de una esfera
3 - Pintar dos áreas que parezcan el mismo color en luz y sombra
4 - Aprovechar la ley de proporción de campo
5 - Dibujar. Y no hacer dos intervalos iguales (Si no quieres)
6 - Pintar lo que sinceramente vemos
7 - En acuarela, la humedad repele los pigmentos. Por lo demás, haz lo que quieras
8 - Hacer que cada pincelada sea útil
9 - No empieces hasta saber por qué vas a pintar lo que vas a pintar
10 - Crece como persona y tu pintura crecerá contigo
http://antoniogarcia.art
Hemos visto:
1 - Valorar la inclinación de una línea
2 - Dibujar las zonas de luz y sombra de una esfera
3 - Pintar dos áreas que parezcan el mismo color en luz y sombra
4 - Aprovechar la ley de proporción de campo
5 - Dibujar. Y no hacer dos intervalos iguales (Si no quieres)
6 - Pintar lo que sinceramente vemos
7 - En acuarela, la humedad repele los pigmentos. Por lo demás, haz lo que quieras
8 - Hacer que cada pincelada sea útil
9 - No empieces hasta saber por qué vas a pintar lo que vas a pintar
10 - Crece como persona y tu pintura crecerá contigo
http://antoniogarcia.art
domingo, 1 de abril de 2012
10 - Estilo
Y aquí acabo. Para ser el último punto, tendría que ser muy importante, y lo es. Y tampoco estaría mal que fuese fácil y relajado, y lo es.
Lo mejor que te puede pasar cuando pintas es que tu manera de hacer sea reconocible, distinta de la de los demás. Curiosamente, a veces nos preocupamos demasiado por eso cuando la verdad es que no podemos evitar tener nuestro propio estilo. No es raro que nuestra forma de pintar sea tan personal como nuestra forma de escribir, al fin y al cabo son los mismos mecanismos los que entran en juego. Si algunos piensan que me refiero a nuestro tipo de letra, a nuestra caligrafía, a los gestos que aprendimos para poder formar las letras y las palabras, tienen razón; y si otros piensan que me refiero a lo que decimos cuando escribimos, a los mecanismos mentales que empleamos para expresarnos mediante la escritura, también tienen razón. La pintura es un arte, la literatura no, pero las dos son formas de expresión y, por lo tanto, de comunicación. Sin embargo, con demasiada frecuencia intentamos ser originales en lugar de esforzarnos en ser auténticos. De esa manera lo que realmente estamos haciendo es alejarnos de nuestro objetivo.
¿Es malo copiar? No. Pero cuando copiamos deberíamos esforzarnos en hacer el cuadro lo más parecido posible al original. Copiar es sólo un ejercicio de aprendizaje y deberíamos sacar el máximo partido posible a ese ejercicio. Esto se consigue estudiando el original e intentando imitar lo mejor que podamos el color, la pincelada y hasta el tamaño, si es posible. Dejando aparte esas copias pedagógicas es mejor crear nuestros propios originales y sobre todo, recuerda, no conformarnos con una mala copia de “la noche estrellada” de Van Gogh porque “esa es nuestra interpretación” cuando la realidad es que no queremos esforzarnos en hacer la mejor copia que somos capaces de hacer en ese momento.
Cuando crees tus propias obras sé auténtico, pinta lo que de verdad te gusta, no pienses en qué está de moda y qué no, no imites a otro pensando que tendrás la misma aceptación que él _como es lógico nunca pasa_, intenta hacer lo que sueñas hacer lo mejor que puedas y tu estilo se creará a pesar de todas las influencias que vayas recolectando.
No sé si en estas diez lecciones he dado más consejos de los que mi exigua autoridad me debería haber permitido o menos de los que todos tendrían derecho a esperar de quien se atreve a llamar lecciones a estas diez lecciones: yo. A unos y otros les pediré una última condescendencia: créeme, si quieres mejorar como pintor, mejora como persona. Si la pintura es una forma de expresión, el valor de lo que consigamos transmitir a los demás tendrá el valor de nuestros propios sentimientos. No hay ningún consejo, ningún método, ninguna enseñanza que pueda hacer que lo que decimos, lo que pintamos, sea mejor que nosotros. Igual de inútil es la búsqueda de la originalidad como objetivo en sí mismo.
Si eres original tu trabajo será original. ¿Si no? Bueno, si no, no.
Resumen
Lo mejor que te puede pasar cuando pintas es que tu manera de hacer sea reconocible, distinta de la de los demás. Curiosamente, a veces nos preocupamos demasiado por eso cuando la verdad es que no podemos evitar tener nuestro propio estilo. No es raro que nuestra forma de pintar sea tan personal como nuestra forma de escribir, al fin y al cabo son los mismos mecanismos los que entran en juego. Si algunos piensan que me refiero a nuestro tipo de letra, a nuestra caligrafía, a los gestos que aprendimos para poder formar las letras y las palabras, tienen razón; y si otros piensan que me refiero a lo que decimos cuando escribimos, a los mecanismos mentales que empleamos para expresarnos mediante la escritura, también tienen razón. La pintura es un arte, la literatura no, pero las dos son formas de expresión y, por lo tanto, de comunicación. Sin embargo, con demasiada frecuencia intentamos ser originales en lugar de esforzarnos en ser auténticos. De esa manera lo que realmente estamos haciendo es alejarnos de nuestro objetivo.
¿Es malo copiar? No. Pero cuando copiamos deberíamos esforzarnos en hacer el cuadro lo más parecido posible al original. Copiar es sólo un ejercicio de aprendizaje y deberíamos sacar el máximo partido posible a ese ejercicio. Esto se consigue estudiando el original e intentando imitar lo mejor que podamos el color, la pincelada y hasta el tamaño, si es posible. Dejando aparte esas copias pedagógicas es mejor crear nuestros propios originales y sobre todo, recuerda, no conformarnos con una mala copia de “la noche estrellada” de Van Gogh porque “esa es nuestra interpretación” cuando la realidad es que no queremos esforzarnos en hacer la mejor copia que somos capaces de hacer en ese momento.
Cuando crees tus propias obras sé auténtico, pinta lo que de verdad te gusta, no pienses en qué está de moda y qué no, no imites a otro pensando que tendrás la misma aceptación que él _como es lógico nunca pasa_, intenta hacer lo que sueñas hacer lo mejor que puedas y tu estilo se creará a pesar de todas las influencias que vayas recolectando.
No sé si en estas diez lecciones he dado más consejos de los que mi exigua autoridad me debería haber permitido o menos de los que todos tendrían derecho a esperar de quien se atreve a llamar lecciones a estas diez lecciones: yo. A unos y otros les pediré una última condescendencia: créeme, si quieres mejorar como pintor, mejora como persona. Si la pintura es una forma de expresión, el valor de lo que consigamos transmitir a los demás tendrá el valor de nuestros propios sentimientos. No hay ningún consejo, ningún método, ninguna enseñanza que pueda hacer que lo que decimos, lo que pintamos, sea mejor que nosotros. Igual de inútil es la búsqueda de la originalidad como objetivo en sí mismo.
Si eres original tu trabajo será original. ¿Si no? Bueno, si no, no.
Resumen
9 - Concepto
Es imposible pintar “una” manzana, o si lo hacemos eso no será un cuadro, o como mucho, será una mierda de cuadro (no sé si parece que lo haya dicho con suficiente claridad).
Si pintamos una manzana tenemos que saber por qué pintamos esa manzana. Puede ser que nos recuerde la primera vez que nos fijamos de verdad en los colores de una manzana en la mesa de la cocina de nuestra abuela, con sus estrías rojas y amarillas y aquella mancha verde, o la manzana que nos encontramos en una habitación de hotel, solos un domingo por la tarde, lejos de casa. Entonces pintamos “esa” manzana. Sin darnos cuenta, nuestro sentimiento nos guía y con un poco de suerte transmitimos ese sentimiento a la pintura y a quien la mira. Entonces hemos pintado un cuadro y con más suerte aún, una obra de arte.
No tiene por qué ser un recuerdo. Puedes pintar un paisaje o unas flores que no has visto nunca, y algo te mueve a pintarlas pero antes de empezar deberás tomarte el tiempo necesario para identificar qué es ese algo. Siempre hay algo. Y es algo personal; a otro pintor es posible que no le atraiga en absoluto, a otra persona, es posible que no le atraiga en absoluto. Puede ser un único pétalo en una única flor que te parece que tiene una forma especial y una luz especial. Entonces sabes lo que vas a pintar, lo que quieres pintar, y estás más cerca de conseguirlo. Y si lo consigues puede que la persona a la que no le atraía en absoluto lo vea, y le atraiga, que tú se lo hayas hecho ver, que tú le hayas comunicado tu atracción. Esa comunicación es el lenguaje y el sentido de la pintura.
Otras veces querremos comunicar alegría, soledad, angustia, fuerza, preocupación, vitalidad… En ese caso lo normal es que ya sepamos que la imagen que tenemos en la cabeza debe comunicar eso y creemos que podría hacerlo. Y por lo tanto ya tenemos claro por qué queremos pintar esa imagen. El peligro entonces es trabajar en nuestro cuadro alegre un día que estamos deprimidos, o en nuestro cuadro solitario rodeados por nuestro jovial grupo de pintura de los martes… No funciona.
Es fácil pensar que todo esto no es imprescindible, que poca diferencia puede hacer en el resultado final de la obra. Sin embargo es bastante difícil transmitir una emoción cuando sabemos qué emoción queremos transmitir como para pensar que vamos a conseguir comunicar una emoción sin saber ni siquiera cuál es.
¿Puede alguien pensar que Hopper pintara Night-Hawks sin haber estado nunca en ese lugar, a esas horas y sin saber exactamente qué quería comunicar?
Lo único que hay que hacer es, simplemente, no saltarse este paso.
Siguiente lección: Estilo
Si pintamos una manzana tenemos que saber por qué pintamos esa manzana. Puede ser que nos recuerde la primera vez que nos fijamos de verdad en los colores de una manzana en la mesa de la cocina de nuestra abuela, con sus estrías rojas y amarillas y aquella mancha verde, o la manzana que nos encontramos en una habitación de hotel, solos un domingo por la tarde, lejos de casa. Entonces pintamos “esa” manzana. Sin darnos cuenta, nuestro sentimiento nos guía y con un poco de suerte transmitimos ese sentimiento a la pintura y a quien la mira. Entonces hemos pintado un cuadro y con más suerte aún, una obra de arte.
No tiene por qué ser un recuerdo. Puedes pintar un paisaje o unas flores que no has visto nunca, y algo te mueve a pintarlas pero antes de empezar deberás tomarte el tiempo necesario para identificar qué es ese algo. Siempre hay algo. Y es algo personal; a otro pintor es posible que no le atraiga en absoluto, a otra persona, es posible que no le atraiga en absoluto. Puede ser un único pétalo en una única flor que te parece que tiene una forma especial y una luz especial. Entonces sabes lo que vas a pintar, lo que quieres pintar, y estás más cerca de conseguirlo. Y si lo consigues puede que la persona a la que no le atraía en absoluto lo vea, y le atraiga, que tú se lo hayas hecho ver, que tú le hayas comunicado tu atracción. Esa comunicación es el lenguaje y el sentido de la pintura.
Otras veces querremos comunicar alegría, soledad, angustia, fuerza, preocupación, vitalidad… En ese caso lo normal es que ya sepamos que la imagen que tenemos en la cabeza debe comunicar eso y creemos que podría hacerlo. Y por lo tanto ya tenemos claro por qué queremos pintar esa imagen. El peligro entonces es trabajar en nuestro cuadro alegre un día que estamos deprimidos, o en nuestro cuadro solitario rodeados por nuestro jovial grupo de pintura de los martes… No funciona.
Es fácil pensar que todo esto no es imprescindible, que poca diferencia puede hacer en el resultado final de la obra. Sin embargo es bastante difícil transmitir una emoción cuando sabemos qué emoción queremos transmitir como para pensar que vamos a conseguir comunicar una emoción sin saber ni siquiera cuál es.
¿Puede alguien pensar que Hopper pintara Night-Hawks sin haber estado nunca en ese lugar, a esas horas y sin saber exactamente qué quería comunicar?
Lo único que hay que hacer es, simplemente, no saltarse este paso.
Siguiente lección: Estilo
8 - Pincelada
La pincelada es parte de la técnica de cada uno y por lo tanto podría haberla mencionado en el punto anterior y decir que puedes usar los pinceles como quieras. No son más que herramientas. Si le he dedicado un punto específico es por dos motivos fundamentales: los bordes y la destreza.
Los bordes, los límites entre una zona y otra son un elemento muy importante del cuadro. Deben ser variados. No por capricho, sino porque si observamos bien es seguro que en el modelo encontraremos contornos que se destacan claramente de lo que los rodean y otros que se distinguen con dificultad. La correcta representación de esos contornos es imprescindible para una impresión veraz. Y la pincelada es la que marca o difumina los contornos.
No sólo los bordes externos de un objeto nos dan información sobre su forma, su posición en el campo de visión o su relación con otros objetos; los bordes de zonas de luz y sombra en el mismo objeto también están cargados de indicios sobre el volumen, la transparencia o la textura del objeto.
Tenemos que aprender a trazar un borde nítido, limpio, en una zona de color contra otra y también aprender a fundir una zona en otra. El principal enemigo del primero es una pincelada temblorosa, discontinua. El peligro en el segundo es crear una zona borrosa demasiado amplia, con un color indefinido que se ve como otra zona aparte de las dos que debía unir.
La variedad de bordes da interés al cuadro y es un aliado muy útil para dirigir la vista, para destacar el motivo principal, para reforzar la composición… y para lo que se te ocurra1. Es una técnica.
La segunda razón, la destreza, me hubiera obligado de todas formas a dedicarle a la pincelada un punto, que no una lección, aparte. No puede ser una lección porque yo me peleo cada día con mi falta de destreza y no puedo entonces más que compartir con mis amigos unas reflexiones.
Los críticos de arte dan una importancia casi desmesurada a la pincelada de cada artista. Por un lado la pincelada es tan característica de cada uno como lo es la escritura manuscrita pero, por otro, no hay nada que exprese mejor la maestría de un artista con su medio que el dominio del pincel. No tengo más remedio que darles la razón. Además, una pincelada segura es la mejor garantía de colores limpios en el cuadro. Y es lo que sueño conseguir.
No es, como tantas veces nos dicen, que cada pincelada sea definitiva. Al menos para mí eso no sería un sueño sino una quimera. Hay que intentar que cada pincelada sea útil. Esto quiere decir que no habrá que eliminarla del todo (y si hay que hacerlo, hazlo de inmediato) sino tal vez completarla o modularla, de manera que aún de manera mínima contribuye a la riqueza final del cuadro. A menudo me parece que las zonas que me atraen en mis propios cuadros son el resultado de pequeños errores que han sido corregidos por una o dos pinceladas, no veinte, complementarias.
Un buen cuadro tiene relativamente pocas pinceladas, bien dadas. Muchas veces la razón por la que una pincelada no es útil es porque no hemos acertado con el color, con la mezcla que hemos realizado. Por eso también una buena pincelada se reconoce como muestra de maestría, y es que hace falta mucha experiencia para dominar la mezcla de colores hasta el punto de ahorrarnos la mayoría de las pinceladas inútiles.
Y en eso estamos…
1) Si quieres usar los contornos negros a los que tanto se recurrió en la pintura del penúltimo cambio de siglo, adelante. Pero permíteme decir que se puede hacer con la elegancia y sutileza de Manet o no.
Siguiente lección: Concepto
Los bordes, los límites entre una zona y otra son un elemento muy importante del cuadro. Deben ser variados. No por capricho, sino porque si observamos bien es seguro que en el modelo encontraremos contornos que se destacan claramente de lo que los rodean y otros que se distinguen con dificultad. La correcta representación de esos contornos es imprescindible para una impresión veraz. Y la pincelada es la que marca o difumina los contornos.
No sólo los bordes externos de un objeto nos dan información sobre su forma, su posición en el campo de visión o su relación con otros objetos; los bordes de zonas de luz y sombra en el mismo objeto también están cargados de indicios sobre el volumen, la transparencia o la textura del objeto.
Tenemos que aprender a trazar un borde nítido, limpio, en una zona de color contra otra y también aprender a fundir una zona en otra. El principal enemigo del primero es una pincelada temblorosa, discontinua. El peligro en el segundo es crear una zona borrosa demasiado amplia, con un color indefinido que se ve como otra zona aparte de las dos que debía unir.
La variedad de bordes da interés al cuadro y es un aliado muy útil para dirigir la vista, para destacar el motivo principal, para reforzar la composición… y para lo que se te ocurra1. Es una técnica.
La segunda razón, la destreza, me hubiera obligado de todas formas a dedicarle a la pincelada un punto, que no una lección, aparte. No puede ser una lección porque yo me peleo cada día con mi falta de destreza y no puedo entonces más que compartir con mis amigos unas reflexiones.
Los críticos de arte dan una importancia casi desmesurada a la pincelada de cada artista. Por un lado la pincelada es tan característica de cada uno como lo es la escritura manuscrita pero, por otro, no hay nada que exprese mejor la maestría de un artista con su medio que el dominio del pincel. No tengo más remedio que darles la razón. Además, una pincelada segura es la mejor garantía de colores limpios en el cuadro. Y es lo que sueño conseguir.
No es, como tantas veces nos dicen, que cada pincelada sea definitiva. Al menos para mí eso no sería un sueño sino una quimera. Hay que intentar que cada pincelada sea útil. Esto quiere decir que no habrá que eliminarla del todo (y si hay que hacerlo, hazlo de inmediato) sino tal vez completarla o modularla, de manera que aún de manera mínima contribuye a la riqueza final del cuadro. A menudo me parece que las zonas que me atraen en mis propios cuadros son el resultado de pequeños errores que han sido corregidos por una o dos pinceladas, no veinte, complementarias.
Un buen cuadro tiene relativamente pocas pinceladas, bien dadas. Muchas veces la razón por la que una pincelada no es útil es porque no hemos acertado con el color, con la mezcla que hemos realizado. Por eso también una buena pincelada se reconoce como muestra de maestría, y es que hace falta mucha experiencia para dominar la mezcla de colores hasta el punto de ahorrarnos la mayoría de las pinceladas inútiles.
Y en eso estamos…
1) Si quieres usar los contornos negros a los que tanto se recurrió en la pintura del penúltimo cambio de siglo, adelante. Pero permíteme decir que se puede hacer con la elegancia y sutileza de Manet o no.
Siguiente lección: Concepto
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